Montagem. Arkade. Galerie Krems
Toda obra, independientemente que genero artístico represente, en algún momento es autobiográfica, aunque tenga referencias a otro tiempo, con ese matiz de futuro próximo en su autenticidad intrínseca. Una vez mostrada la obra pertenece a un registro del artista y comienza a generar para el “tiempos presentes alternativos”, a diferencia del espectador que, difieren en velocidad, tiempo y perspectiva, refiriéndome a tiempo y lugar al momento de consumir la obra expuesta.
Cuando escribo autobiográfico me refiero a la vida consciente del artista, de el consciente profundo o de el subconsciente. A este ir y venir a estos estados le llamo “un juego del alma”, un acto de autorreflexión, de repercusión, de estados consientes e inconscientes, de reconocimiento. Más tarde que temprano ella también sufre las consecuencias de lo autobiográfico de su obra. (cuando algunos objetos o instalaciones concluyen reencarnando en nuevas obras de arte)
Veo a Adriana como la artista que busca tenazmente, que acertadamente encuentra y transforma sin compromisos el material y/o situación obtenidos, pero que también invade y ocupa espacios y tiempos. Uno de sus momentos preferidos es el “punto de no retorno”, que es a su vez un momento muy íntimo, muy vulnerable y etéreo en donde comienza el parto, acá misteriosamente juega con esa información concibiendo así una realidad alternativa para todos nosotros.
Despojada de su excitada lucidez y compasión, Adriana devuelve a la vida algo que se creía marchito, ha reaparecido en sus formas, aunque pueda ser inapetente para algunos. Es el momento ominoso de su fecundidad, esa inteligencia animal, que recuerda el coqueteo del enamoramiento juvenil, la cacería, la seducción, los interminables escarceos del amor hasta el momento de la concepción, aunque lleve en ella el deje del animal que se come a su par después de copular.
El hilo conductor de su obra es indudablemente la intensidad de sus vivencias y su ser agudo, su capacidad de entrega a donde quiera que va y donde quiera que esté. Es estar despierta… ella no duerme mucho, no tiene horario y me atrevo a decir que se entrega a la muerte todos los días y a cualquier hora para dar vida a algo o a alguien., en la ocupación de un espacio, es también esa actitud invasiva en su expresión como artista contemporánea, intención que recuerda la actitud rebelde del grafiti.
“Escombros, huellas, dolor y tragedia… duda, hay que arreglar algo, hay que cambiar todo de lugar, (no es para nada limpiar!), hay que mover el culo, hay que parir y enseñar esta criatura renacida al mundo, hay que mostrarle a todos que no estaba muerta, solo olvidada.”
Para agarrar una mano de Adriana necesito las dos mías…
Sus manos ásperas, cortadas, las pocas horas de sueño son para mí signos inequívocos de la vocación representativa de este gesto matriarcal, del vientre, de la maternidad desenfrenada, de su propensión a ser engendrada, para alabar su fecundidad, aunque nos prometa a veces desde la muerte, la vida…
Como dice ella, “mi atelier es el mundo”, ahí consigue ella su semen, su espacio. Cuando hablamos de mi atelier en Viena ella cuenta de un corredor desde mi casa a mi lugar de trabajo físico, ese es su concepto de atelier, para ella es ese pasillo, el que pertenece, que es una parte innata de mi taller, ¡su estudio es el mundo...!
No es una tarea fácil recorrer los espacios profundos de lo que se ha cuestionado en el tiempo. Enfrentarse al hecho de querer acercarse a lo desterrado, a lo destrozado, a lo superfluo, a lo obsoleto, encontrarse en lo más oscuro de la objetividad en una percepción llena de subjetividad y olvidar; levantarse y elevar lo que ha sido abandonado, todo lo que ha sido desechado, apartado, desarraigado de su contexto ideal, de su propio significado, de su imagen original, del camino que pudo ser pero nunca fue... por alguna vergüenza ajena. Estoy seguro de que este es un camino arduo, áspero y a veces tortuoso para que una artista fuerte cumpla su misión: Con todo el respeto y la admiración, evocar el recuerdo que se convierte en una memoria cercana que, por otra parte, hace desaparecer los adjetivos innecesarios en una historia nunca contada para convertirse en un presente sublime, tomar prestado el vestido del arte contemporáneo para que la experiencia colectiva nos sobreviva, renunciar al adiós, al olvido y a los epítetos fuera de lugar. Glorificar el abandono como una forma de reivindicación total.
Quisiera culminar subrayando la importancia que tiene para mi como artista el tono personal que lleva esta humilde descripción del trabajo de Adriana, ya que ella también lo permite y así lo quiere, además de resaltar la importancia para el entorno sociocultural de cada uno de las locaciones en donde ella acciona como artista, tornando conscientes a sus habitantes y tomando esa posición consolidada sobre el olvido y el recuerdo en nuestro cotidiano vivir.
Gistavo Mendez - Liska | Amigo e colega.
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